Le duele menos…

…la ausencia a Mi Magdalena. Por eso cada vez viene a verme menos. Por eso y porque cree ella que ya estoy cansada de las mismas penas durante meses, de los mismos lamentos durante días.

Déjalo ir, le digo. De una puta vez, Magdalena, déjale ir de una puta y maldita vez, que no te mereces ni estas penas, ni estos hastíos, ni estos domingos.

Ella, Mi Magdalena, sabe que tengo razón. Pero le cuesta, se lo noto en la mirada (que sigue enamorada…), que no sabe cómo dejarle ir, cómo dejar de pensar en él, cómo dejar de evitarle, cómo verle sin sentir de nuevo lo que no quiere sentir.

Cuán harta estará ya Mi Magdalena de toda esta situación que, me dijo el otro día, incluso ha pensado que hubiese sido mejor no conocerle. ¡¡¡Ella!!! ¿Renegando de su pasado? ¿De su pensamiento de que es lo que es por todo lo que ha vivido (y lo que no)? Sí que tiene que estar hasta los cojones, sí, para haber pensado eso.

De todas maneras, no me extraña que lo piense. A veces estoy a punto de darle la razón y decirle que sí, que hubiese sido mejor si ese verano no le hubiese conocido. Pero no, ella tenía que conocerle, tenía que vivir todo lo que vivió, cambiar el viento por el mar, vivir esa sensación de libertad, hablar todo sobre música, … Pero no tenía que vivir los lloros, los lamentos, los malos ratos sola, los paseos por la calle casi con miedo de encontrárselo y que no fuese solo.

Mi Magdalena ha vivido todo eso, e incluso vivió fugazmente durante unas horas todo de nuevo. Lo bueno. Lo malo.

Ahora Mi Magdalena tiene que vivir otras cosas, tiene que dejarle ir. Del todo. Para siempre. Sin renegar de su pasado, pero dejando el pasado atrás. Que no la vuelva a alcanzar.

Mirar al frente, mirar otros ojos, sonreir viendo otras sonrisas.

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